El septiembre de nuestros jardines
(Avelino Hernández)
Este susurro del tacto en las ondas del agua. Y en la piel. Y en los vellos. Y en los frutos.
Y los goces luego, como racimos posibles.
“De los días dulces de la vida me quedan pocos”
escribió en la tarde el viejo poeta.
Y sólo se escuchaba
en la soledad de ti
el palpalar oferente de alguna codorniz enamorada
Cada generación de humanos ha tenido un
poeta que le ha cantado: Es flor de un día la juventud
Y cuando la luna abrace al fin mi cuerpo, desnudo para
ella,
pensaré en vosotros, mis comensales:
nunca llegareis a entender la amargura
de no tener a nadie para quien quitarse los pantys tras
una fiesta.
Dios no existe.
Tú y yo sí.
Cuando cualquier humano
pueda al fin preguntarse
“¿Cómo vivir?” y responderse
igual que haces tú, Julia,
cada mañana libremente.
Dame a beber en tu vientre
Al barro lo conozco
y no me miente
Sé que no me asiste ningún derecho de tenerte,
pero te quiero.
Y ahora ya que los dos sabemos
que ser o no ser
no era una cita de Shakespeare,
nos queda hacer lo que mejor hacemos:
seguir queriéndonos.
